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Título: SANTIAGO DEL ESTERO: ¿EL FIN DE RIO HONDO? (05/10)(Panorama)
Argentina - 05/10/2005

Santiago del Estero vive por estos días un estado de movilización general, de la que participan los colegios profesionales, asociaciones civiles, las dos universidades, los colegios y escuelas secundarias, intelectuales y artistas, el periodismo en su conjunto, y desde luego la Legislatura

Opinión | Domingo Schiavoni

Santiago del Estero vive por estos días un estado de movilización general, de la que participan los colegios profesionales, asociaciones civiles, las dos universidades, los colegios y escuelas secundarias, intelectuales y artistas, el periodismo en su conjunto, y desde luego la Legislatura, para reclamar al gobierno provincial urgentes acciones concretas enderezadas a detener el acelerado proceso de colmatación y contaminación del embalse de Río Hondo, un gigantesco espejo de agua de 30.000 hectáreas de superficie (equivalente al área central de la Capital Federal), que fuera construido por la ex Agua y Energía de la Nación e inaugurado en 1966 por el entonces gobernador radical Benjamín Zavalía.

El dique tenía por finalidad principal la regulación de las aguas de la cuenca de los ríos Salí-Dulce, que desembocan -tras recorrer unos 300 kilómetros de territorio santiagueño- en la Laguna de Mar Chiquita, en la provincia de Córdoba.

Pero ya desde el comienzo de las obras, recibió un fuerte cuestionamiento tanto de profesionales de la ex empresa estatal como de calificados especialistas de la Dirección del Agua de la Provincia de Tucumán, porque de acuerdo a precisas mediciones estadigráficas del vaso de la presa, ésta no alcanzaría a cumplir los objetivos fuera de las épocas del estiaje, dado el irregular comportamiento hídrico de los ríos tucumanos que le sirven de tributarios durante la época de lluvias.

Funcionarios como los ingenieros Efrén Gastaminza y Víctor Zamora, de la ex Corporación del Río Dulce de Santiago, y Ruiz Martínez y Costafreda de Tucumán, señalaban con acierto que en la temporada de deshielos sería tanta el agua que almacenaría el dique, que ello obligaría a desembalsar una excesiva cantidad de agua, para mantener la cota de seguridad de la presa, y con ello producir inundaciones y desastres imprevisibles aguas abajo de la cuenca.

Decían que para que la obra de regulación fuera completa era menester seguir los sabios consejos del ingeniero Carlos Michaud, un visionario santiagueño que hizo los primeros estudios a mano alzada en 1930 y concluyó en que además de la "presa madre", resultaba imperioso ejecutar al menos otros tres endicamientos menores al sur de Río Hondo, en unas hondonadas naturales donde las obras de ingeniería no iban a resultar tan costosas.

Aquel presagio se cumplió y en el año 1974 se produjo la inundación más grave y desastrosa que recuerda la historia, donde se inundaron más de medio centenar de localidades y hasta los propios barrios costeros de la capital santiagueña, mientras llovió sin interrupción durante 34 días. Fue la primera vez que en Santiago se vieron lanchas y gomones, desde donde se evacuaba a los pobladores y se distribuía la ayuda social. El daño fue mayúsculo, al punto que desbordó la Laguna Mar Chiquita y quedó para siempre sepultada bajo las aguas la ciudad costera cordobesa de Miramar.

La ingeniosa imaginación popular bautizó a esa catástrofe como "el meteoro de Juárez".

Independientemente de las fallas de proyecto, el problema es que el dique se va aceleradamente colamatando con el material de arrastre y los sedimentos aluvionales que en él depositan los ríos tributarios tucumanos Gastona, Medina, y Marapa. Según los últimos aforos la capacidad del vaso ha quedado reducida a un 30 por ciento, y los especialistas más renombrados aseguran que si la cosa sigue así, la vida útil de la presa no llega a quince años más.

Pero además de la colmatación, el problema más grave que se sufre desde tiempos inmemoriales es la contaminación de las aguas del dique con los desechos industriales que arrojan irresponsablemente sobre aquellos ríos los ingenios azucareros tucumanos (como la cachaza y la vinasa), y otro tipo de detritos tóxicos que vuelcan las citrícolas y las papeleras, lo que produce mortandad de peces y el envenenamiento progresivo de las aguas de las que se abastecen para bebida todas las poblaciones ubicadas en la cuenca.

Un diario local publica el hallazgo de algas venenosas sobre el curso del río, a la altura de Brea Pozo y Atamisqui, en el corazón de la mesopotamia santiagueña. Y un relevamiento aéreo realizado días atrás por personal de la Dirección de Recursos Hídricos se dio con la novedad que el acceso de los ríos tucumanos al espejo de agua se ha convertido en un verdadero vaciadero de basura, donde hasta restos de colchones y hierros viejos se han visualizado desde el aire.

El gobierno santiagueño viene pleiteando desde hace años con su par tucumano para que sancione a los ingenios, pero hasta el momento no ha obtenido ningún resultado. La inexistencia de los comités de cuencas como órganos jurisdiccionales para zanjar las disputas interprovinciales y la absoluta indolencia de la Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación hacen el resto.

Para colmo de males, a toda esa basura química se ha sumado desde hace algunos años el ingreso, a través de un ducto, de los tóxicos, venenos, degradantes y abrasivos que utiliza la minera Bajo La Alumbrera, luego del tratamiento que se efectúa sobre las rocas auríferas, que son trasladadas luego por tren en vagones sellados hasta la ciudad de Rosario de Santa Fe, desde donde el mineral es trasladado directamente en barcos a Europa para su tratamiento definitivo.

El gobernador tucumano Alperovich recibió alborozado a comienzos de semana una "donación" de diez millones de dólares de la voraz transnacional, para ser destinada a "ayuda social". Curiosamente, un mes atrás el gobierno tucumano había conminado a la compañía a un tratamiento previo de los desechos químicos y a su enterramiento. En fin, con plata todo se arregla...





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