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Título: TACO POZO TIERRA ADENTRO; DONDE SE VIVE ESPERANDO EL MILAGRO DE LA LLUVIA
Argentina - 12/11/2004

Minutos después partimos por la picada Ocho hacia el noroeste, rumbo a los montes de El Impenetrable, con la misión de visitar tres escuelas rurales.


TACO POZO —Amanece con un sol tímido pero que promete sus 45 grados a la sombra: en estos días de calor se registraron ya sensaciones térmicas de 48 grados. A las 6 de la mañana, el chofer que me llevaría a los parajes golpea insistentemente la puerta de mi habitación. Minutos después partimos por la picada Ocho hacia el noroeste, rumbo a los montes de El Impenetrable, con la misión de visitar tres escuelas rurales.
El camino, en sus primeros 25 o 30 kilómetros, presenta un aspecto tranquilizador y transitable. Nos internamos cada vez más en la espesura del monte. A los costados del terraplén se percibe una que otra tapera —a los ranchos abandonados se los llama así—, el paso del hombre persistentemente deja su marca. El camino se vuelve un tanto irregular, cercado de quebrachos colorados, ramas y quimiles —especie de cacto. Pareciera que en cualquier momento la distancia nos devoraría haciéndose cómplice del graznido de algunas charatas.
Rodeados de animales, continuamos nuestro viaje. Vacas con un notable mejoramiento de la raza pastan al lado de la picada; los burros ni siquiera miran a la camioneta en la que viajamos. También se ven algunos esqueletos de vacas muertas. En el transcurso del viaje nos enteramos por un vecino de que “llovió como 95 milímetros en La Pinta”, un paraje a 110 kilómetros de Taco Pozo.
El chofer cumplía su labor. Existía poco diálogo. Aparentaba unos 50 y su aspecto de hombre duro y curtido por la vida intimidaba un poco. Siempre en silencio seguimos nuestro viaje, apenas matizado con algunos comentarios por parte del chofer. "Sólo los viejos van quedando en los campos", decía. El paisaje se vuelve un tanto más desértico; pero también se observan plantas de palmeras, ya alrededor de 70 kilómetros de Taco Pozo.
Paramos en una casa de campo, cerca del puesto de los Teves, a tomar agua y a orientarnos. El chofer averiguaba lo pertinente; mientras se conversaba casi invariablemente de lo mismo en estos encuentros de campo: que hace mucho que no llueve, que la vida es más cara, que falleció tal conocido... Este oasis se inundaba por un festín de chillidos de las aves de corral, mezclado a modo de coro con el bullicio de las cotorras.
En el trayecto del camino alcanzamos a varias personas; sin siquiera pensarlo las subimos para acercarlos al pueblo. En los caminos de campo es una regla no escrita prestar ayuda a cualquiera. Cumplimos nuestro objetivo de visitar las escuelas.
Ya de regreso, algunas vacas chupaban el barro de una lejana lluvia de algunos pocos milímetros. Hace seis que no llueve por aquí; el calor es ya un tanto insoportable. Coincidimos a dúo en que “hay que ser valiente, chaqueño de raza dura, para vivir en estos montes”.
La vieja pero resistente Ford modelo 72 arribó al acalorado pueblo de Taco Pozo atestada de vida: trajimos a una docente rural, a un par de muchachos que andan trabajando en los montes haciendo postes y a dos señoras que contaron que se acercaron “más al Chaco, porque en un paraje de Santiago —cuyo nombre no recordaban— la gente sufre muy mucho de ser” (por sed).
A las 12.45 trajinábamos nuevamente por Taco Pozo, que nos recibió tal cual nos despidió: con sus remembranzas de distancias y olvidos; pero ya con respecto a Resistencia. Nos volvemos a amigar con el viento norte; las calles se inundan de tierra y se divisan incluso —para mi asombro— grandes remolinos de tierra de hasta 30 metros de altura. Dicen los lugareños que "anuncian más seca".
Fuente: Diario Norte.com.ar

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