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Título: MENDOZA: SIGUE EL NEGATIVO AVANCE HACIA EL PEDEMONTE (10/03)(Los Andes)
Argentina - 10/03/2007

Por muchos años se ha venido advirtiendo sobre la conveniencia de que la zona del pedemonte ubicada al oeste de Mendoza y departamentos aledaños fuera reconstituida a su estado original como una barrera natural que morigerara los efectos de los aluviones provocados por precipitaciones intensas.

Por muchos años se ha venido advirtiendo sobre la conveniencia de que la zona del pedemonte ubicada al oeste de Mendoza y departamentos aledaños fuera reconstituida a su estado original como una barrera natural que morigerara los efectos de los aluviones provocados por precipitaciones intensas. Los antecedentes que obran en nuestra cercana y lejana historia avalan estas opiniones que han formulado expertos agrupados en asociaciones profesionales de gran valor de nuestro medio, así como científicos y técnicos que se desempeñan en organismos de investigación del Estado o en universidades.

Periódicamente se registran grandes lluvias en los cerros que conforman las primeras estribaciones de la cordillera de los Andes, y los cañadones y quebradas ubicados entre esas elevaciones evacuan grandes cantidades de agua, a mucha velocidad y siguiendo una pendiente que las lanza hacia las zonas pobladas del Gran Mendoza y sus adyacencias.

La acumulación de restos de grandes aluviones puede apreciarse en los denominados conos de deyección, que se ubican como planicies a la salida de las cuencas colectoras, y prácticamente todo el terreno al pie de los cerros tiene su origen como consecuencia de ese fenómeno.

La naturaleza lo dotó en su época de vegetación que consolidaba la estabilidad de los suelos y obraba como freno a la velocidad de las aguas. Pero, la depredación, tanto por la mano del hombre como por el sobrepastoreo de sus rebaños, especialmente de cabras, prácticamente ha eliminado esa cubierta vegetal que, si bien no evitaba los aluviones, por lo menos atenuaba sus efectos.

Por los años ’30, se pensó en contener los caudales que periódicamente se formaban por lluvias en las serranías y bajaban por cauces naturales, conocidos en el presente como zanjones: se erigieron diques en puntos de sus recorridos. Cuatro de esas obras tenían por misión detener y permitir luego una evacuación gradual del escurrimiento: los diques sobre los zanjones Maure, Frías, Papagallos y San Isidro. El último fue de corta utilidad: el aporte de material sólido de aluviones lo llenó hasta el coronamiento en poco tiempo. El segundo, colapsó tras una intensa lluvia el 4 de enero de 1970, provocando un verdadero desastre. Fue reemplazado por otro mayor y concebido de acuerdo a otras técnicas. En su época, se encontraban distantes de los centros poblados. Luego, las ciudades que hoy conforman el Gran Mendoza se fueron extendiendo hacia sus puntos de ubicación, en abierta contradicción con las opiniones de los entendidos.

Y se sigue avanzando sobre el pedemonte, merced a la falta de cumplimiento de leyes y disposiciones oportunamente dictadas y a lo que indican la lógica y el simple instinto de autopreservación. Los instrumentos destinados a preservar el papel del pedemonte como zona de reserva dejaron puntos sin definir.

Mendoza aún espera que se sancionen proyectos que, por la influencia de intereses particulares y la poca decisión de nuestros legisladores, permanecieron estancados por años, agregándose a ello que cuando finalmente se tomaron decisiones al respecto, se hizo necesario revisarlas, porque parecían hechas a medida para satisfacer los intereses a que hicimos referencia. De esta manera, no parece existir por ahora la forma de evitar que se siga construyendo. Esto, como quedó demostrado este verano, es un peligro para quienes intentan vivir en esa zona y quienes se encuentran aguas abajo.

No hace mucho tiempo titulamos una de estas editoriales con la advertencia de que si bien en Mendoza llueve poco, cuando llueve suele ocurrir que las precipitaciones sean intensas. Nuestra intención era la de disuadir a que se siga extendiendo la zona urbana hacia puntos de real peligro.

Ya en el ’70, y para tranquilizar a la población, se indicó que lluvias como la ocurrida ese año eran estadísticamente muy raras. Al año siguiente, otro aluvión, bastante importante, desafió lo expuesto por los números, y puso en evidencia que es imposible intentar detener fenómenos naturales de tanta magnitud, o predecir el momento o el lugar de su ocurrencia.

Eso es lo que debe ser contemplado antes que nada para dictar las disposiciones que amortigüen el impacto del hombre sobre zonas tan sensibles como el pedemonte mendocino. Y no puede demorarse la sanción de más y mejores instrumentos regulatorios porque se insiste en hacer negocios con urbanizaciones que siguen provocando honda preocupación en los expertos.


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