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Título: CHACO: LA MAYOR SEQUIA DE LOS ULTIMOS 50 AÑOS
Argentina - 31/08/2008

Vivir sin agua, un drama que ya afecta a medio millón de personas
Atraviesa a todas las clases sociales. En el sudoeste chaqueño no llueve desde febrero.


APUNTAN A LA INDIFERENCIA POLITICA Y AL DESMONTE DESCONTROLADO

El viento norte es un aliento abrasador que revuelve tierra sobre el aire. Todo color está velado. La luz es dura, achata aún más lo que se ve: una planicie amarronada salpicada de verde oscuro --las copas de los árboles ajenos al desmonte--. En los bordes de los pueblos del sudoeste chaqueño, Coronel Du Graty, Santa Sylvina, Charata, San Bernardo, hasta las casas son de tierra. Otras no, pero igual lo parecen por el polvo. La gente que no anda en 4x4 va lento aquí, donde el agua es un deseo. La zona padece, dicen muchos, la peor sequía que se recuerde: llueve 10 veces menos de lo que debería. Y no hay una gran lluvia desde febrero. Falta agua donde nunca hubo, pues como en tres cuartas partes (medio millón de personas) de esta provincia rodeada de ríos, aquí no llega agua potable de red a las casas. Se vive sin ella.

A poco de las fronteras con Santa Fe y Santiago del Estero, y a más de 300 km de Resistencia, unos 200 mil habitantes resisten a la indiferencia política y a las consecuencias de un desmonte impiadoso que llenó todo de soja y transformó el clima. De la falta de agua no escapa nadie; ni los productores agropecuarios que levantan mansiones sobre la tierra fértil (pero seca) de Charata, ni aquellos que viven descalzos a 10 cuadras de allí. El contraste social fuerte que distingue a Chaco en este caso no mide (casi) nada.

"Está todo jodido. Padecemos el agua: ahora la sequía. Antes las inundaciones", dice Pablo Mychaytyszczuk viejo agricultor, hombre de Santa Sylvina. Ese lugar y Coronel Du Graty, un pueblo de 10 mil vecinos, de girasol, algodón y soja, reflejan el problema. Allí el agua viene casi toda de afuera. En ocho meses llovieron 100 milímetros. Y como en todos los pueblos de por aquí, las napas contienen la poca agua cada vez más lejos de la superficie (pasó de dos a siete metros abajo). En el fondo de sus casas, muchos vecinos de clase media tienen aljibes donde juntan la lluvia, aunque ahora se llenan con la comprada a los camiones. "Los 1.000 litros cuestan $ 40. Cualquier familia usa 5.000 por mes", enumera Mychaytyszczuk. Hace seis meses el millar de litros valía $ 20, lo que paga un porteño cada bimestre por el servicio. "Hay que tener plata para comprar el agua. Yo elijo comprar comida y usar menos líquido", explica Angel Carabajal, que junta sus bidones y los de sus vecinos ancianos en alguna de las dos canillas que tiene el municipio de Du Graty para que los más pobres acopien agua presuntamente potable (la salud sufre con casos de diarrea y hasta problemas de crecimiento). Llegan en bicicletas, con bidones de diez litros, más de una vez por día. Pero otras veces escasea y pegan la vuelta pedaleando liviano. Muchas son familias numerosas que viven en pequeñas casas de adobe y en verano duermen al aire. "Tenemos ese agua para tomar ahora, no hay de lluvia. Es rica, sí", comenta Fortuoso López, de 74 años, con la piel agrietada y los ojos apretados por el sol del mediodía, mientras las palomas que cría y comerá vuelan sobre su gorro.

Hace unas semanas, en Du Graty se robaron los 20 mil litros que caben en el tanque del que se reparte agua a la gente. "Es increíble...sacarnos el agua así, con esta situación", se enoja Juan Carlos Palavecino. Algunos dicen que el robo fue para que animales de hacienda saciaran su sed. Lo cierto es que al otro día, en Du Graty, muchos habrán aguantado con coraje la garganta seca, refugiados del viento norte y de los más de 30 grados que hace en este invierno dado vuelta.

El agua se evaporó de tal forma que en apenas dos meses se vació el reservorio de Villa Angela (a 20 km de Du Graty), que abastece a toda la zona. Al ser tan necesitada, el agua se convirtió en algo precioso. Robos, trascendidos sobre cantidades que dicen que se mandan pero no llegan, precios altísimos. "Para la higiene tengo tres pozos y ahora que no hay en el aljibe, compro bidones de agua mineral. Camiones no, algunos te traen agua de pozo como si fuera potable", cuenta un productor agropecuario parado al borde de la pileta llena de su mansión de Charata, el pueblo más productivo de la provincia, sin agua de red. "Nunca van a hacer un acueducto", sabe, detrás de sus Ray Ban. También conoce los peligros. Suele hacer revisar por científicos el nivel de contaminación de su napa para proteger a la familia. Su enorme fortuna en este caso sirve para eso y para comprar agua mineral. La del pozo es tan salada que le mata los pinos del jardín. Por eso, explica con las manos en los bolsillos y un cocodrilo brillando en su chomba, no los riega mucho. Alrededor de su casa, a cuadras o kilómetros, la sed es una necesidad explícita y metafórica. Hace arder la garganta, sí, pero también entra por los ojos. En gran parte del Chaco hay sed de agua. Y también, de todo lo demás. La gente tiene sed. A secas.

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