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Título: SANTIAGO DEL ESTERO: Crónicas del agua ..
Argentina - 24/01/2005

Abro la canilla en un barrio cualquiera de clase media. El agua - toda la que necesite, toda la que deje correr - brota como un hecho común, sin importancia.

Capítulo I: El agua, líquido maravilloso
Abro la canilla en un barrio cualquiera de clase media. El agua - toda la que necesite, toda la que deje correr - brota como un hecho común, sin importancia.
La utilizo como si fuera aire, sin pensar, como se hace en todos los sectores relativamente acomodados que han naturalizado tanto su libre disponibilidad que consideran un escándalo cualquier limitación.
Cada tanto algún hecho nos saca de esta idea. Se lee en el diario: “Ahora las guerras son por el petróleo, dentro de unas décadas serán por el agua”, pero es sólo un sobresalto temporario. Antes de que nos demos cuenta, el tema se desenfoca y vuelve al olvido.
Fuera de esa caja de cristal que es la vida relativamente acomodada, para muchos -la mitad de la población de Santiago del Estero- contar con agua es un hecho que ocupa buena parte de los esfuerzos cotidianos, tanto que todas las conductas sociales y políticas terminan siendo contaminadas de una forma u otra por el patrón de escasez.
Más grave aún, abastecerse de agua depende de una suma de concesiones sobre las cuales esta población no tiene ninguna influencia: clima, políticas hídricas del gobierno, nivel de napas subterráneas.
Hace un tiempo me tocó llegar a un lugar como ése, geográficamente no muy lejos, pero que parece quedar del otro lado del mundo, donde el agua no está naturalmente a nuestra disposición.
Tras un primer shock, me di cuenta de que iba ganando mi admiración la lucha cotidiana de los campesinos y pobladores por vencer la falta de agua, que me llenaba de sorpresa y bronca el sistema político y comercial que se aprovechaba de la escasez.
Casi sin querer empecé a recopilar desordenadamente pensamientos, anécdotas, imágenes. Todas exorbitantes, todas extremas.
Ahora que llovió un par de veces, que la gente ya no se agolpa en los municipios pidiendo soluciones, que el ganado no muere en las rutas, hay un espacio para pensar con más serenidad en algo más de fondo que sólo responder a la urgencia.
Esta serie de aguafuertes que hoy se empiezan a publicar quiere ayudar a tomar conciencia de una situación extrema, a buscar respuestas para que, en algún tiempo, queden como crónicas extravagantes de hechos que se recuerden con incredulidad.
En lo personal, ver una realidad tan diferente cambió mi percepción sobre muchas cosas. Por lo pronto, creo que nunca volveré a ver correr agua con despreocupación. En estos días, cuando la veo surgir de la canilla -fresca, segura, interminable - no puedo dejar de sentir una mezcla de entusiasmo -por la posibilidad de disfrutarla sin límites- y culpa, por la ventaja sobre tantos otros que sufren su ausencia.
Comentario - Por Horacio Cao -

Capítulo II: Fatalidad
No hay caso. El río se desliza muy por debajo de la boca toma del canal, por donde debería entrar el agua si queremos que llegue hasta el pueblo.
Pero esto es sólo la primera parte del problema. Después debería recorrer cuarenta y cinco kilómetros por un tajo rudimentario en la tierra, sembrado de acequias laterales y arenales, donde da toda la sensación de que irremediablemente se perdería.
Miramos el agua del río, que se escapa fresca y serpenteante, la boca toma, casi medio metro arriba del curso, y el rudimentario canal, que se desvía como una recta seca e interminable hacia el horizonte.
Río, boca toma, canal. Río, boca toma, canal.
No hay caso. Parece imposible que alguna vez el agua vaya a subir.
Rehacemos los cuarenta y cinco kilómetros hasta la otra punta del canal, donde está la represa que abastece de agua al pueblo.
Alguna vez era un lago majestuoso. Después fue una laguna. Al final un charco y desde hace una semana está seca.
Calor. Sol. Animales muertos. Sed.
La resolana se hace más potente sobre el salitre.
Un motor desvencijado levanta agua de un pozo a todo lo que da: con eso apenas alcanza para que algunas familias del pueblo - menos de la mitad - tengan dos horas de agua cada dos días.
Los vecinos se acercan a la modesta casa municipal. Hasta mí se filtran algunas palabras de las conversaciones: "hijos", "enfermedad", "cocinar", "higiene", "baño", "Ud. no sabe lo que es".
Comprensible. Obvio. Indiscutible. Pero... de dónde sacar agua?
Alguien, en la puerta del municipio, comenta con resignado fatalismo "el año pasado estuvimos diez meses sin agua".
CAPIII.-De viaje con el camión tanque: ojos apagados
Otra mirada. La escasez de agua en el interior rural de Santiago, vista desde una mirada urbana.
El camión tanque viaja trabajosamente por una senda desecha hasta llegar al río. Maniobramos para ubicar al camión de culata en el borde del acantilado y dejar caer la manguera hasta el cauce.
Bombeamos durante media hora hasta llenar el tanque; ya estamos listos para empezar a repartir agua.
Sacamos la lista y apuntamos el primer nombre: un aljibe comunitario del paraje x. Otra senda despareja, igual pero diferente, nos lleva a los saltos, entre un paisaje de arbustos amarillos, ganado flaco y árboles cansados.
En un recodo, Gerez, el chofer, me dice: "Es allá".
Alrededor del aljibe ya están los vecinos esperándonos con ansiedad, y con ellos el acostumbrado racimo de niños harapientos de las zonas rurales. Miradas taciturnas, ojos oscuros y saltones.
Mientras desenrollamos y conectamos la manguera al tanque para empezar a llenar el calicanto, se acercan otros vecinos de la zona que no se abastecen de este aljibe y que han visto pasar el camión. Apenas una campesina comienza a hablar, Gerez la corta en seco: "Madrecita, sólo les damos a los que están anotados".
Desconfianza
Se ve claramente lo que piensan ("¿querrán plata?", "¿nos estarán castigando porque elegimos el puntero político equivocado?").
El agua choca fuerte contra el fondo seco del aljibe. Alguien dice "qué suerte, señor, hace meses que estamos sin agüita". Nos quedamos en silencio viendo cómo lentamente va subiendo el nivel del agua. A la mitad del calicanto, Gerez comienza a cerrar la llave de paso. "Un poquito más, señor". "No, mamita, si no no alcanza para los demás".
Volvemos al camión, sabiendo que la historia y los diálogos se repetirán en cada calicanto que visitamos, al menos una docena de veces en el día.
Entre viaje y viaje, alguien me comenta: "No les crea todo lo que dicen". "Con un burrito hacen los quince kilómetros hasta el río para buscar agua, así que algo siempre tienen".
A la noche, los ojos apagados de los changos me persiguen en una pesadilla.
VI(La escasez de agua en el interior rural de Santiago, vista desde una mirada urbana)
Vimos en la nota anterior cómo cuando la escasez de agua llegaba a su punto crítico, llegó el aviso salvador: desde Recursos Hídricos de la provincia se estaba preparando una expedición de ayuda.
Desde ese momento, en el municipio se espera ansiosamente el llamado telefónico que confirmará la llegada del equipo que levantará agua del río y la pondrá en un canal, por donde deberá recorrer los largos siete kilómetros hasta la presa del pueblo.
Suena el teléfono: llegan el martes.
Minutos más tarde se rectifican: no consiguen motor, así que se pasa para, tal vez, el jueves.
El jueves no se sabe nada.
El viernes, mágicamente, el equipo está trabajando en el río, en el paraje x. La parafernalia ligada al trabajo es a la vez rudimentaria y grandiosa. Un largo tubo que va desde la barranca al río. Un motor que levanta agua hasta el canal, con dos viejos tractores que lo reemplazarán cuando se lo ponga a descansar cada seis horas. Una cuadrilla deslama la larga acequia, y se prepara para seguir el agua para que la basura que vaya siendo arrastrada no lo tapone.
Ante la noticia de que está el equipo, la camioneta de la municipalidad sale hacia el paraje x a ofrecer ayuda y estar al tanto de la situación. En el camino queda presa de un bobadal. Bajo el sol bochornoso se espera que el chofer vaya hasta el pueblo, varios kilómetros abajo, a conseguir un tractor que lo rescate.
Paréntesis: para quienes no lo conocen, un bobadal es un lugar en donde la tierra seca tiene una consistencia parecida a la de la harina o el talco. Al caminar sobre él, uno se llega a enterrar hasta las pantorrillas. Una huella que atraviesa un bobadal es, en tiempos de seca, una trampa mortal para los vehículos. Una acequia que lo atraviesa, implica que el agua se escurrirá por largas horas hasta que se sature de humedad e impermeabilice. Fin del paréntesis.
Pero a la llegada al campamento, todo está detenido. "Se ha roto un tractor que tiene que trabajar en combinación con el motor" "Hasta que no consigamos otro, no vale la pena seguir".
Vuelta al pueblo. Se consigue un tractor, al otro día ya está en el paraje x.
Se prueba el equipo. Se rompen unos tornillos cementados cuyo reemplazo únicamente se consigue en la ciudad z, a casi cien kilómetros. Otro día de atraso.
Mas problemas: en la prueba queda claro que los tubos por donde se bombea el agua no pueden ensamblarse. Hay que esperar unas juntas que permitan darle mas juego a las articulaciones. Luego se rompe una correa. Después no llega el combustible en la fecha. Otra vez las demoras se originan en que debe despacharse uno de los tractores para una urgencia en el pueblo de w.
Resumiendo, sólo después de múltiples parches, arreglos, empantanamientos en el bobadal e innumerables percances que no hay espacio de contar, la primera correntada de agua llega a la acequia.
¿Al fin solución? No iba a ser tan fácil, todavía faltan siete kilómetros de problemas.
Fuente: Diario El Liberal.com.ar

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