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Título: LA BATALLA ENTRE POBRES POR LA SEQUIA EN EL CHACO (21/11)(Pagina 12)
Argentina - 21/11/2005

En busca del agua perdida. Desde hace nueve meses que no llueve en serio. La caída del viernes fue una más de las que en los últimos tiempos encienden la ilusión

Pero sólo eso. En el medio, ya hubo “robos” de agua entre barrios vecinos y guardias nocturnas para evitarlos. Hubo peleas y saqueos en aljibes. También, intentos de aprovecharse de la situación. Aquí, la crónica de la desesperación
En el centro y norte del Chaco, la lluvia del viernes fue apenas un paliativo que refrescó los aljibes. Hace nueve meses que no cae agua como debería caer. El ganado ya huesudo de los parajes del monte y los perros tristones de los barrios hacen la siesta en el lecho resquebrajado de los reservorios de agua. La sequía del ’30, la “histórica sequía del ’30”, como le dicen, liberó su fantasma. Los productores lamentan las pérdidas de cosechas y ganado; una cooperativa algodonera de Castelli –la zona más golpeada por la falta de agua– asegura haber perdido el 50 por ciento de sus ingresos anuales. Las imágenes de televisión hicieron sonar la voz de los productores que reclaman ayuda económica. Pero un poco más adentro, en la periferia de esa misma ciudad, la situación es más cruda y la población menos oída. En dos barrios pobres, donde los vecinos debieron juntar firmas para que el intendente abriera un aljibe comunitario, hay gente que pasa las noches en vela para que nadie de otro barrio saquee sus pozos. Hacia el sudeste, en Colonia Aborigen, sus habitantes denuncian que la empresa encargada de varias obras de infraestructura valuó la construcción de 28 pozos triplicando el precio estipulado por un ente del Estado provincial. Página/12 recorrió la zona donde la falta de agua que desespera y hace ríspida la convivencia entre los más pobres es motivo de provecho para otros.
Durante los últimos días se registraron lluvias de 80 milímetros en la zona de Resistencia. Hacia el norte, las nubes mojaron Bermejito y El Espinillo con la misma intensidad. Pero en Castelli, la ciudad más seca, en los últimos días cayeron entre 30 y 35 milímetros y se cargaron algunos aljibes. Para que el agua corra por los canales y llene el arroyo Malá (fuente de distribución de la zona) debería llover más de 300 milímetros en forma torrencial.
Castelli está a 235 kilómetros de la capital chaqueña, yendo por la ruta Juana Azurduy. Hace tres meses que el agua no sube a los tanques domiciliarios y 70 años que se promete la construcción de un acueducto para nutrir la zona con agua del río Bermejo. El intendente local, Leonardo Yulán, es uno de los tantos que incluyó el tema en su campaña. Pero la medida que hasta ahora concretó fue el diseño de un particular modo de racionalizar el agua: “Damos el 50 por ciento para la ciudad y 50 por ciento para las 56 canillas públicas (de los barrios pobres). Un día se le da a la mitad de la población y al día siguiente a la otra”.
Las canillas y los pozos son públicos; aproximadamente hay uno cada cuatro cuadras. Y a cualquier hora del día incendiado por el sol parecen terrones de azúcar al lado de un hormiguero. En Quinta 65 y Quinta 66 pasa eso. Y “eso” genera tensiones: “Los de la 66 nos perreaban el agua cuando nosotros no teníamos. Un día les fuimos a pedir. ¡Nos querían cobrar dos pesos! A usted le parece, ¡dos pesos!”, se indigna Graciela Monzón, sacudiendo dos de sus esmirriados dedos. “Aquí nomás, anoche hubo una pelea con los del Curiyí (así le llaman a la 66). Vinieron en la oscuridad a sacarnos agua y los agarramos”, añade Romina en voz baja, y los diez vecinos que la acompañan con bidones atados en racimos agachan la cabeza y quedan en silencio.
La sequedad destaca el ocre del paisaje y las brisas esporádicas levantan la tierra seca hasta pegarla en los dientes del caminante. En la 65 viven familias tobas y criollas, en la 66 criollos y wichí. Nadie sabe el porqué de la división, pero la segmentación está. Nadie habla. Hasta que Carlos Gómez se anima: “Lo de anoche no fue la primera vez. Desde hace unas semanas, con algunos nos turnamos para vigilar de noche que nadie del otro lado venga a los pozos. En varios lados hacen así”, asegura. “Tuvimos que juntar firmas para que el intendente nos abra un pozo; y no nos vamos a dejar robar el agua así nomás”, añade. El pozo se abrió y con él los problemas. La reconciliación entre los dos barrios parece lejana. “Antes, ellos nos perrearon y ahora resulta que nosotros somos los mezquinos”, suelta con recelo otra mujer que recibe la aprobación de los que esperan llenar sus baldes.
Pero lo que pasó entre los del Curiyí y Quinta 65 no es el único caso. “A ese tipo de situaciones tensas las tuvimos en el patio de la JUM (Junta Unida Misionera). Nos entraron a la tardecita y abrieron el pozo. El pretexto de la gente es que está desesperada y donde encuentran agua, la saca”, reveló a Página/12 Alba Rostan, administradora de la Junta. La batahola se calmó con diálogo: “Les dijimos que no les negábamos el agua, pero que debíamos aprender a administrarla”, sintetizó. La JUM trabaja en la etapa de abastecimiento de agua para diez comunidades indígenas rurales de El Impenetrable. Son pequeños productores cuyas “primicias” de zapallo y maíz se echaron a perder por la falta de agua. “Mientras no haya decisión política y se haga el acueducto, vamos a seguir igual”, opinó.
Ante el “desastre hídrico”, la Municipalidad de Castelli alquiló dos camiones con capacidad de 30 mil litros para reforzar el trabajo de los 14 vehículos de la Cooperativa de Servicios Públicos. Diariamente necesita un millón de litros de agua para abastecer la zona. Los camiones recorren 70 kilómetros de ida hasta el Bermejo y otros tantos de vuelta, tres veces al día. Y la mecánica se resiente. “El día de los muertos se nos fueron cinco camiones (al taller), se están rompiendo de a poco”, cuenta José María Plaza Pulgar, miembro de la Cooperativa. Según José, “la situación es grave pero tenemos lo mínimo. Las lluvias de los últimos días aliviaron un poco porque llenaron los aljibes y, al bajar la temperatura, la gente consume menos agua”. Pero, según su experiencia, “si llueven 30 milímetros hoy, 30 mañana y 40 días después, no sirve de mucho. Así que, por ahora, seguimos igual”. Debido a los esfuerzos por mantener el servicio, la Cooperativa entró en una grave crisis financiera.
Hacia el sur, los riachos se abren en la tierra como arterias de una mano, pero secas. A 100 kilómetros de Castelli, Pampa del Infierno es el nombre de un territorio que tiene muy poco de pampa y mucho de lo otro, sobre todo por los incendios de árboles provocados por empresas que desmontan el bosque nativo. Saliendo de la ruta, a media hora de viaje por un camino de tierra, vive Francisco, que mantiene a su familia con 400 litros de agua que el patrón le renueva cada dos semanas. “A esa agua la usamos para tomar y cocinar. Al agua para los animales la manda el intendente en unos camiones. A veces le pedimos que nos dé un poco, pero no queremos andar molestando, debe tener muchas cosas que hacer en la municipalidad”, cuenta Francisco. Su esposa lo mira callada y con un precioso bebé en brazos, cuya improvisada bombachita de goma es una bolsa de supermercado. El joven padre gana 80 pesos por cargar un horno de carbón con 7 toneladas de quebracho, itín y mistol, y por cuidar los campos de su patrón. “Y con esto de la sequía no sé si voy a tener trabajo –se preocupa–. Aquí ya fracasaron 200 hectáreas de trigo y 300 de algodón.”
Hacia el norte, por la Juana Azurduy, entre quebrachos y algarrobos cortados y listos para convertirse en coquetos muebles “estilo campo”, las vacas y los cebúes blandean sus caderas escuálidas y muchas se dejan morir al costado de los caminos de tierra de El Impenetrable. Para el otro lado, hacia el sur, se llega al pago chico del gobernador Roy Nikisch: Tres Isletas. Tiene ese nombre por tres pintorescos bosquecitos separados como islas que caracterizaban la zona. Las isletas fueron desmontadas. “Igual que el Chaco, del que sólo le queda el nombre”, ironiza Raúl Montenegro, Premio Nobel Alternativo 2004 que, invitado por el Equipo Nacional de Pastoral Aborigen (Endepa), recorrió el lugar junto a Página/12 (ver aparte).
En las noches de Castelli, los mosquitos no pican; “es que no tienen ni agua estancada para criarse”, deduce Graciela. Para que la sequía deje de hacer más dura la pobreza del hombre de monte, se precisa que “de un saque” lluevan 300 milímetros. Para cualquier mortal, el pedido es pretencioso. “Lo que pasa es que se necesitan 150 milímetros para que la tierra absorba todo lo que perdió y otros 150 para que se llenen los reservorios”, explica un baqueano resignado a esperar una solución para la sequía que “como siempre, viene de arriba”.
DENUNCIA DE UNA COMUNIDAD ABORIGEN POR POZOS SOBREVALUADOS
“La sequía avanza y la esperanza baja”
En el Chaco de la sequía, el agua se convirtió en un tesoro. Y todo lo ligado a ella también. En Colonia Aborigen, al nordeste de la provincia y a 130 kilómetros de Resistencia, una empresa privada que ejecuta obras financiadas por el Banco Mundial valuó en 6750 pesos la construcción de cada uno de los 28 pozos con los que se pretende abastecer de agua a los 5 mil habitantes de la zona. El precio se torna sugerente cuando la Administración Provincial del Agua (APA) cotiza el mismo trabajo por 2700 pesos. La denuncia fue hecha pública por las comunidades indígenas.
Los “pozos que valen oro”, tal como los califican en la Colonia, serán –¿serán?– construidos por Tabolango SA, una unión transitoria de empresas a cargo de obras del Proyecto de Desarrollo Indígena. El PDI es una ampliación de las obras del canal línea Tapenagá, abierto para paliar los efectos de las inundaciones y evacuar los líquidos cloacales de las ciudades, pero transportándolos hasta zonas linderas con el territorio indígena, según denunció la comunidad.
Según la documentación a la que accedió Página/12, cada uno de los pozos de 6750 pesos tiene 2 metros de diámetro por 8 de profundidad, y paredes de mampostería. “Estamos inquietados por esto –admitió Alfredo José, presidente de la Asociación Comunitaria Colonia Aborigen–. Pasó lo mismo cuando fui al Prosap (Programa de Servicios Agrícolas Provinciales) y me cayó como un balde bravo la noticia de que en vez de los 50 pozos que pedimos íbamos a tener 28. Pero si esta vez tenemos que parar la obras, las vamos a parar.”
“Paradójicamente, a medida que la sequía aumenta, disminuyen las esperanzas de la comunidad. Pero esta vez, los tobas dijeron basta pues no están dispuestos a que, nuevamente, terceras personas sigan lucrando con sus necesidades”, destacó Germán Bournissen, coordinador del Equipo Nacional de Pastoral Aborigen (Endepa), que presta apoyo legal a la Colonia.
El Prosap depende de la Secretaría de Agricultura de la Nación y media entre el Banco Mundial y el gobierno chaqueño, representado por la Unidad Ejecutora Provincial (UEP) que coordina las obras y está a cargo de la contadora María Alicia Dusicka. En diálogo con Página/12, Dusicka admitió haber sido “advertida en varias oportunidades sobre el tema de los precios”, pero se desligó de todo poder de decisión al respecto y reconoció que “obviamente, si uno hace estas obras por autogestión van a salir más baratas. Pero estamos atados a procedimientos con organismos internacionales”.
Las obras en Colonia Aborigen ascienden a 1.617.000 pesos y tienen un plazo de vencimiento en el 2006. Además de los pozos, incluye la ampliación de caminos y la construcción de una sala sanitaria y dos aulas en la escuela del lote 39. No sólo Endepa y las asociaciones indígenas pidieron la suspensión de las obras. También el Instituto de Desarrollo Social (Indes) y los propios consultores del PDI, Carlos Salamanca y Gustavo Leiva, que aconsejaron el cese de los trabajos luego de haber detectado “sobreprecios que ascienden a más de un 500 por ciento”, la “inutilidad” de la reparación de algunos caminos y los “malos tratos por parte de las empresas” en Cacica Dominga.
LAS RAZONES DE LA FALTA DE LLUVIAS EN LA PROVINCIA
Un desmonte para la tragedia
Aunque la sequía del ‘30 haya quedado como ‘la sequía’, cada escasez tiene mayor o menor impacto en la historia. Y en el Chaco se está haciendo todo lo posible para que cada nueva sequía sea más dura. Cada hectárea de bosque es una fábrica menos de agua, suelo y clima. La mayor parte de la masa viva tiene más de un 60 por ciento de agua. A su vez hay agua en el suelo y subsuelo. Entonces, si se desmonta, no sólo se destruye el sistema que conserva agua, sino también el único que puede reducir el poder destructivo de las sequías.” Así analiza la crisis del Chaco Raúl Montenegro, titular de la Fundación para la defensa del Ambiente y Premio Nobel Alternativo 2004. En diálogo con Página/12, el biólogo afirmó que “en el Chaco, las variables climáticas ya son difíciles de predecir porque se explota la región con un modelo traído desde la pampa húmeda. El bosque se convirtió en una etapa del sistema productivo que termina siendo tierra para la agricultura; tierra perentoria porque las plantaciones de soja le quitan al suelo todos sus minerales y lo vuelven inútil, de tal modo que lo que avanza es el desierto”.
En el Chaco, la ampliación de la frontera agrícola para la siembra de soja transgénica oscila entre las 30 y 50 mil hectáreas por año. “En la Argentina existe el Sistema Federal de Emergencias (Sifem), que no está haciendo nada por esta sequía. Y los responsables son los gobiernos que miran para otro lado. Claro, como se bajan montes y aumentan las retenciones, la elección es clara”. Pero lo más “trágico”, añadió, son las consecuencias humanas: “Los que pagan este desastre son los que no se pueden mover del monte, los más pobres: los wichí, mocovíes y quom estarán condenados a vivir en el desierto. Los que tiene más dinero van a migrar cuando haya más calor, menos agua y más desierto”.
En su óptica, la solución es compleja “y no se puede andar abasteciendo a toda la provincia con simples camiones”. Lo que asegura el balance de los recursos hidrogeológicos (aguas subterráneas) y los superficiales (canales y reservorios), y las condiciones de los períodos climáticos más calientes, es la conservación de los bosques nativos”. Sin embargo, “si las escuelas del Chaco no enseñan a los chicos el porqué de la importancia del bosque, poco podremos hacer los que luchamos por ellos desde hace tiempo”.
Fuente: Pagina12.com.ar

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