Título: BUENOS AIRES: EL RIO VUELVE SOBRE SUS PASOS
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Argentina - 04/07/2008
Las tierras de nuestra ciudad han sido parte de una depresión donde las aguas del río y del Riachuelo entraban y las cubrían con pajonales, lagunas, charcos y mucho barro negro y blanco
Inundaciones: el río vuelve sobre sus pasos
Las tierras de nuestra ciudad han sido parte de una depresión donde las aguas del río y del Riachuelo entraban y las cubrían con pajonales, lagunas, charcos y mucho barro negro y blanco. No es extraño entonces que las aguas pretendieran, por mucho tiempo, volver sobres sus pasos con sudestadas, invasiones aluvionales y la amenaza constante de inundaciones. La zona era castigada especialmente en las tierras bajas y las áreas rurales. El urbanismo y sus exigencias plantearon también avances y retrocesos en esa lucha por la invasión acuática. En 1883 los terraplenes del ferrocarril a Ensenada crearon un dique natural que agravaba el panorama del escurrimiento de las aguas. Al año siguiente se produce una gran inundación que provocó desastres a los pobladores, con particular ensañamiento en los sembradíos en la costa del río.
En pleno otoño de 1911 grandes tormentas azotaron las casillas de los suburbios de Buenos Aires. El agua cubría los terrenos bajos, desbordaban los cursos de agua y la inundación se multiplicaba a lo largo de una extensa geografía. Los padres del músico José Rodríguez Fauré vivían en una modesta casa de la calle Asunción, cerca de la Avenida Pavón. Una semana antes había nacido Josecito y sus padres se apresuraron a refugiarse en el techo de cinc de la vivienda con él en brazos. Tenían solamente unos pocos alimentos, una carpa improvisada con lona y un calentador Primus. Una bendición original para el nacimiento del que sería creador de la Orquesta Sinfónica de Avellaneda. Esta anécdota pinta la desesperación de la gente cuando veía avanzar las aguas, invadir sus muebles, pertenencias y espacios. Durante ocho días se mantuvo esta vigilia que marcó a fuego a aquellos habitantes de Avellaneda.
Y el río no descansaba demasiado. Seguía amenazando ante cada lluvia o temporal. El 15 de abril de 1940 la creciente invadió la ciudad con las aguas que tuvieron alturas inusitadas. En Crucesita, por ejemplo, alcanzó dos metros de altura que casi tapa las modestas casas y provocó víctimas en los pobladores. El fuerte viento del sudeste elevó el nivel del río, desbordándose por el Riachuelo y arroyos hacia los barrios, especialmente los que se encuentran a orillas del Riachuelo y los arroyos Sarandí y Domínico.
Idénticos acontecimientos azotaban la región en esos años, casi sin interrupciones. El 10 de diciembre de 1946, por ejemplo, vuelven las aguas a castigar a la población y sus bienes. Subía el nivel del agua peligrosamente. Este cronista con sus catorce años a cuestas nada entendía y veía desde su habitación de cinc y madera esta visita amenazante. Disfrutaba de este espectáculo y hasta alcanzó a jugar con el agua como si fuera un amigo que vino a conocernos. Mis padres no lo veían con esa alegría. Una sorda corriente de peligro los mantenía despiertos.
Muchas veces se repitió esta historia, hasta que se crearon ríos subterráneos y una red de desagües que alejó, por ahora, aquella devastadora situación. Pero el río, como la biodiversidad y el deterioro ambiental, no descansa y nadie imagina mejores tiempos para el futuro, atendiendo a los cambios climáticos empujados por la sociedad humana. Los vaticinios científicos hablan de un aumento del nivel en los mares para las próximas décadas y entonces volveríamos a encontrarnos con el río dentro de nuestras casas. O peor, con ellas arrastradas por la corriente. ¿Llegaremos a esa tragedia? No lo sé. La última palabra la tienen el desequilibrio ecológico y la sensatez de los humanos.
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