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Título: MENDOZA: Planificación urbana y desidia oficial ..
Argentina - 21/02/2005

Ahora es tarde. Al menos para las soluciones más racionales y económicamente viables, aunque no para encauzar -nunca se utilizará mejor esta palabra- soluciones que permitan controlar adecuadamente los problemas de los aluviones en el Gran Mendoza.


No se llame a engaño nadie: en Mendoza se sabe perfectamente bien desde hace 400 años del peligro de los aluviones. El tema está perfectamente estudiado por los especialistas desde hace muchos decenios y la capacidad y la tradición mendocinas en materia del manejo de aguas, de los aluviones y de los problemas que ocasionan, habilitan para encontrar las soluciones de la mano de profesionales y técnicos locales. Pero los gobiernos no tienen interés en ocuparse de estos problemas porque no son electoralmente atrayentes.

Tampoco la escasamente adecuada ubicación de la ciudad es tema moderno. Tras las dos fundaciones de Mendoza por los conquistadores, hubo una tercera después del terremoto que, en el siglo XIX, prácticamente destruyó la urbe. Su emplazamiento se trasladó desde lo que hoy es la Cuarta Sección hasta la estancia de San Nicolás, más exactamente alrededor de lo que hoy es la plaza Independencia con el eje principal en la calle San Nicolás, hoy San Martín. Pero antes se discutió la posibilidad de trasladar la ciudad mucho más al sur, por Luján de Cuyo, lo que no prosperó por razones económicas, es decir del valor y de la propiedad de las tierras.

Desde entonces, la planificación urbana de Mendoza, indispensable a la vista de las consecuencias del terremoto de 1861 y de los problemas del emplazamiento elegido, fue un fraude. La ciudad se diseñó con una traza y un límite: aquella debía obedecer a un trazado en damero que repitiera el esquema de plazas, multiplicando el esquema de las hoy denominadas España, San Martín, Italia y Chile, a intervalos regulares y calles amplias y grandes avenidas -como Godoy Cruz, Las Heras, Sarmiento y Colón- para posibilitar los socorros y la acción de defensa civil en caso de terremotos.

El límite estaba dado por el parque General San Martín, un proyecto que entonces fue tildado "de locos", pero que la locura de estadistas hizo posible. Todo era un conjunto perfectamente pensado y planificado para hacer de Mendoza una ciudad no sólo bella sino, fundamentalmente humana y amable para habitar, pero la desidia de los gobernantes hizo fracasar lo mejor del plan.

Se dictó una ley para regular la división de la tierra en la ciudad y se determinó que los loteos deberían prever la donación de plazas cada tantas hectáreas, pero se eludió esa obligación fraccionando los loteos. Esa ley, y su correlato la trampa, hizo de Mendoza una ciudad con escasas plazas. Hoy, cuando se pudo corregir en parte ese problema con el Parque Central, se está creando un espacio ocupado por plazas secas y tremendas obras civiles, ignorando, al menos en gran parte, la necesidad de generar un "pulmón verde" para la ciudad agobiada de cemento y asfalto.

La construcción de diques reguladores de crecidas, en los conos de deyección que desembocan en la ciudad, también se advirtieron como imprescindibles. Se hicieron algunos, como Papagayos y Frías pero después se olvidó el tema. La consecuencia es que hoy será muy costoso regular las crecientes y aluviones con diques y, lo más importante, parece que eso no importa a los políticos porque son obras que se entierran lejos de la ciudad, y que cuando funcionan bien nadie lo advierte... como debe ser.

La construcción de barrios en el oeste, se concretó con prisas, sin estudios ni planificación y según la llegada espasmódica e irregular de la financiación. El Instituto Provincial de la Vivienda actuó en numerosos casos con total irresponsabilidad al no disponer con anticipación la planificación necesaria; las municipalidades tampoco escapan a esta crítica. Por su parte, los barrios cerrados, que requieren grandes inversiones y que están destinados a personas de altos recursos, también se emplazaron en lugares inadecuados, al menos en los casos en que ocuparon tierras que deberían haber sido destinadas a la previsión de crecientes.

Ahora se sacan cuentas y se dice que es imposible, o en extremo difícil, contar con los fondos necesarios para la realización de las obras que aún podrían hacerse y que solucionarían estos problemas. Esto es cierto, pero sólo parcialmente. Primero porque la distribución de los recursos del Estado es una decisión política y nada impide que se invierta en esta dirección y, también porque lo que importa es el abandono de la previsión en planificación urbana, al menos en los últimos 50 o 60 años; recuérdese que el nacimiento del barrio San Martín puede ubicarse en el inicio de la segunda mitad del siglo pasado.

Reiteramos lo expuesto en otras ocasiones desde esta columna: gobernar para hoy o mañana, es simplemente administrar la coyuntura; quienes aspiren a pasar a la historia como estadistas deben planificar el futuro de su terruño para los próximos cincuenta años, por lo menos.

¡Ojalá que algún día se aprecie lo importante por sobre lo meramente urgente!


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