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Título: ESPAÑA: VIEJA CULTURA DEL AGUA (18/07)(Periódico Aragon)
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- 18/07/2005
La demagogia, la irracionalidad y la despreocupación con que se viene tratando en España la cuestión hidrológica abre el camino a futuros y muy graves conflictos entre comunidades y territorios
JOSE LUIS Trasobares 18/07/2005
La activación en plena temporada de sequía del trasvase Tajo-Segura ha abierto un duro conflicto entre dos comunidades autónomas cada una de las cuales cierra filas contra la otra en una lucha rabiosa y esencial por el agua. Es curioso que a esta pugna sin arreglo aparente no se le preste más atención, porque muestra de manera gráfica y brutal los tristes resultados que van a tener las grandes o medianas transferencias de recursos hídricos entre cuencas. Pocos observadores valoran en estos momentos el potencial desintegrador que este tema tiene para España; casi menos aún son capaces de reflexionar ante el hecho inaudito de que un señor de Murcia, de Alicante o de Almería llegue a pensar que tiene todo el derecho del mundo sobre caudales que están en otro lugar, en otra cuenca, a cientos de kilómetros de distancia. Pero es que en nuestro país sigue muy vigente la vieja cultura del agua, la que promueve el despilfarro, desprecia la condición natural de los ríos e ignora el coste real de un recurso cada vez más escaso y por lo tanto... más caro.
LAS GUERRASdel agua son vistas desde Madrid y otros centros administrativos como un asunto menor, folclórico, de la España profunda; una cuestión ante la cual es perfectamente válido decir los más absolutos disparates y proponer alternativas delirantes sin que nadie se escandalice demasiado. La misma gente que gasta miles de palabras en analizar las implicaciones políticas de que Cataluña tenga una selección propia de hockey, apenas se conmueve cuando dos comunidades viven en plena fractura y se enfrentan a cara de perro por el agua. Es más: el máximo líder de uno de los dos grandes partidos nacionales, el mismo que presume siempre de estar protegiendo la unidad de España (aunque sea contra la opinión mayoritaria de los propios españoles), participa tan jacarandoso en una manifestación de murcianos contra manchegos. Naturalmente, un españolista como Rajoy no podía olvidar que la Comunidad Valenciana y Murcia son dos graneros de votos suyos, al contrario que Castilla-La Mancha. Y ahí no caben patriotismos ni zarandajas. En todo caso siempre habrá un Carod Rovira al que echar la culpa de lo que pueda ocurrir.
La vieja cultura del agua goza de gran predicamento. Mientras la sequía golpea sin piedad, las restricciones y medidas de ahorro no han dejado de ser más testimoniales que otra cosa. E incluso hemos visto cómo amplios sectores de la opinión pública se revolvían airados contra las autoridades por haber dictado estas normas de control que impedían llenar las piscinas o regar los jardines. Estamos en un país en proceso de desertificación, agobiado por el cambio climático, donde el agua no abunda salvo en algunas zonas muy concretas (hablar de España seca y España húmeda es una idiotez producto de la ignorancia o de la mala fe) y sin embargo el consumo no deja de crecer exponencialmente. Los sistemas de riego modernos se extienden muy poco a poco (muchos agricultores se oponen a ellos por considerarlos una treta para reducir sus derechos históricos ), la gente usa agua potable para sus piscinas y sus campos de golf, la reutilización es poquísima, la contaminación mucha (especialmente en los retornos que llegan de los usos agrícolas), los acuíferos han sido sobreexplotados y envenenados... y fíjense en el simple detalle de que en España es inusual la utilización de wáteres con cisternas de doble descarga incluso en los hoteles y apartamentos de la reseca Alicante.
A cuestas con la vieja cultura del agua, todos los grupos sociales se sienten con derecho a exigir un suministro abundante, ilimitado y barato, llueva o haya sequía. Es más, supeditar esa abundancia al régimen de lluvias se considera un atraso . Tan descabellados planteamientos alcanzan su culmen en el caso de las zonas más áridas del Levante español, donde a despecho de las condiciones naturales florecen sin límites los cultivos intensivos, las urbanizaciones y los campos de golf. Es como si en las costas del Báltico se empeñaran en tener playas tropicales. Para apoyar usos tan insensatos de la naturaleza y del agua dulce se han movilizado y se movilizan ingentes cantidades de capital público. Cada brizna de césped en las urbanizaciones del litoral alicantino cuesta una fortuna. Sólo que mientras los beneficios que deja la construcción y venta de chalets y apartamentos se queda en manos de unos cuanto, la logística hidráulica la pagamos entre todos.
LA VIEJAcultura del agua aspira a convertir los ríos en canales empalmados por tuberías, los valles de montaña en gigantescos pantanos, los deltas... en nada. Que ni una sola gota vaya al mar. En vez de hidrología, fontanería. Y esto, lamentablemente, no sólo se piensa en el Sudeste español. Estimulados por los índices de crecimiento de Murcia o Almería, en la España interior (a la que se intenta convertir en proveedora de agua para el litoral) muchos empresarios y políticos juegan similares bazas. En Aragón, por ejemplo, también se sueña con campos de golf, se riega a manta los arrozales, se exige de los gobiernos derechos sobre caudales reales o imaginarios, se utiliza el mismo nacimiento de los ríos para dotar de suministro a los cañones de nieve de las estaciones de esquí... ¿Qué no hay agua suficiente? Pues se embalsa más. ¿Que no llueve? Se bombea, se trasvasa o se hace otro pantano. ¿Qué todo ello destruye el medio ambiente y es demasiado caro? Pues que le den morcilla a la naturaleza y al erario público.
Es ésta una locura que habrá de darnos muy serios disgustos. |
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