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Título: CALENTAMIENTO GLOBAL: ¿NOS IMPORTA EL PLANETA?
Argentina - 08/09/2007

El calentamiento global, las especies amenazadas, la tendencia econarcisista, la ecologías de las emociones y otros temas para pensar nuestro compromiso con el futuro de la tierra.


La Nación (Argentina) / Por Andrew C. Revkin (The New York Times)

S.O.S, cuatro países, cuatro miradas sobre el calentamiento global.

Malawi, Australia, India y Holanda son lugares con realidades tan diferentes como las respuestas que tienen sus gobiernos ante los problemas mediombientales. Un periodista viajó a cada uno de estos países para contar, en esta nota, las desigualdades que vive el planeta.

Durante las últimas décadas, a medida que los científicos han intensificado sus estudios acerca de los efectos de la acción del hombre sobre el clima, así como los efectos del cambio climático sobre el hombre, ha emergido un tema común: en ambos aspectos, el mundo es un lugar muy desigual.

En casi todos los casos, la gente que corre mayores riesgos debido al cambio climático vive en los países que menos han contribuido a la acumulación atmosférica de dióxido de carbono y otros gases de invernadero que se asocian al reciente calentamiento del planeta. Esos países, los más vulnerables, son también los más pobres. Y los países que sufren menos daños –y que están mejor equipados para enfrentarlos– son, en general, los más ricos.

Para los defensores de una acción unificada destinada a limitar los gases de invernadero, esa noticia no es nada buena. “La idea original era que todos estuviéramos juntos para enfrentar el problema, y era una idea fácil de vender –dice Robert O. Mendelsohn, un economista de Yale–. Pero las investigaciones demuestran que la idea no se cumple. No estamos juntos para enfrentarlo.”

Los países grandes e industrializados son más fuertes, en parte, por la geografía: se encuentran mayoritariamente en regiones de latitud media, con climas ni demasiado fríos ni demasiado cálidos. Muchos gozan de ventajas tales como suelos ricos y generosos para las cosechas, como ocurre en el cinturón maicero de EE.UU., o el clima propicio de Francia o Nueva Zelanda.

Pero el factor principal es su riqueza, construida, al menos en parte, en un siglo o más de quemar carbón, petróleo y los demás combustibles fósiles que son la base de su estilo de vida móvil, industrial y de clima controlado.

Estados Unidos, donde la agricultura representa apenas el 4% de la economía, puede soportar un revés climático con mucha más facilidad que Malawi, donde el 90% de la población vive en áreas rurales y el 40% de la economía se sostiene gracias a la agricultura, que depende de las lluvias.

A medida que los grandes países en desarrollo, como China e India, emergen de la pobreza, emiten sus propios volúmenes de gases de invernadero; China está a punto de superar la emisión de dióxido de carbono de Estados Unidos.

En todo el mundo existen muchos ejemplos de que la riqueza les permite a algunos países prepararse para enfrentar los riesgos climáticos y costeros, mientras que la pobreza, la historia y la geografía condenan a las regiones más vulnerables y pobladas del mundo a sufrir mayores daños.

He aquí cuatro ejemplos de esas diferencias.

Blantyre, Malawi (por Sharon Lafraniere)

La falta de datos meteorológicos es sólo uno de los problemas que Malawi debe enfrentar ante el calentamiento global. A eso se agrega la falta de irrigación; la dependencia de un cultivo único, el maíz; la reducción del volumen de pesca, los bosques en desaparición y la degradación de la tierra.

Con una población de 14 millones de personas, Malawi, uno de los países más pobres de la Tierra, hizo una lista de medidas urgentes –de un costo de 23 millones de dólares– que debería tomar en los próximos tres años. La lista fue entregada al programa de la ONU destinado a ayudar a las naciones pobres para enfrentar el cambio climático. Un año más tarde, el gobierno de ese país africano sigue negociando con los donantes.

“Es triste que hasta ahora no se nos haya adjudicado el dinero del que se habló”, dijo Henry Chimunthu Banda, ministro de Medio Ambiente. Eso no significa que Malawi se haya quedado inactivo, esperando. El gobierno ha incentivado mayores reservas de cereales, cambios en las prácticas agrícolas y la construcción de una nueva represa. Nueve de cada diez habitantes de Malawi cultivan para subsistir.

Sin embargo, muchos agricultores han sembrado junto al río que alimentaba sus estanques, derrumbando las riberas y alterando el curso del agua. Esos sembrados son ilegales, pero hay poco cumplimiento de la ley, señala el ambientalista Everhart Nangoma, que sentencia: “Malawi se está preparando, pero nosotros no estamos a la altura”.

Perth, Australia (por Seth Mydans)

Al contemplar la centelleante bahía azul de la costa oeste de Australia, Gary Crisp, un alquimista del nuevo siglo, vio un océano de agua potable. A sus espaldas tenía un parque industrial repleto de tanques, cañerías, cribas, filtros y sustancias químicas para hacer potable el agua de mar…, el 17% del abastecimiento de esta ciudad de un millón y medio de personas.

A medida que el mundo se calienta y el agua potable se convierte en una materia prima costosa, la Planta de Desalinización de Agua de Mar de Perth usa los recursos renovables del viento y el océano para producirla, junto con un recurso limitado del que muchos países no disponen: dinero.

La planta, de 313 millones de dólares y que se cuenta entre las más grandes del mundo (después de sendos establecimientos gigantes en Israel y en Emiratos Arabes), se inauguró en noviembre último y ya funciona con capacidad para producir hasta 38 millones de litros de agua diarios, una cantidad suficiente para llenar 100 piscinas olímpicas.

El agua de mar entra en la planta por una cañería cuya boca se encuentra a 200 metros de la costa. Una vez adentro, es filtrada a través de finas membranas por medio de un proceso denominado ósmosis inversa. Alrededor de la mitad del agua se purifica y se envía al sistema de agua de la ciudad para que se mezcle con la que procede de otras fuentes. La sal se concentra en la otra mitad, que es devuelta al mar.

Es una de las más nuevas entre las cada vez más difundidas plantas de desalinización que surgen en los países que tienen dinero suficiente para construirlas. Aunque la construcción es costosa, el agua resultante sólo cuesta 3,50 dólares cada 1000 galones. Son comunes en Medio Oriente, donde el petróleo sirve para pagar el agua, y también proliferan plantas pequeñas en el sur de California. Lo que distingue a la planta de Perth no es solamente su tamaño, sino la fuente de energía, que es eólica.

Situadas en Emu Downs Wind Farm, 48 turbinas impulsan la energía necesaria con una potencia de 80 megavatios de electricidad, más del triple de los requerimientos de la planta. Eso evita las desventajas de la mayoría de las plantas desalinizadoras, que reciben energía de combustibles fósiles, los que producen gases de invernadero.

“Lo llamamos alquimia: convertir el viento en agua”, dice Crisp, el ingeniero de desalinización más importante de la planta de Perth.

En esa ciudad australiana, la mitad del agua que se usa domésticamente está destinada a los jardines, señala este ingeniero; del agua usada en los hogares, el 30 por ciento se consume en lavarropas y otras máquinas lavadoras. Los suburbios ricos usan el doble de agua que la ciudad en sí misma, agrega.

Australia padece una de las peores sequías de su historia. El flujo de los ríos de las represas de Perth se ha reducido en dos tercios durante los últimos 30 años, aunque la población crece en 20.000 personas por año.

En Perth se habla de construir una o dos plantas más en los próximos años, y hay otras similares en desarrollo en Sidney y en la ciudad de Tugun, en Queensland.

Tras haber sido probada, la planta será inaugurada oficialmente en un mes. Junto a la centelleante bahía azul, la gente será invitada a beber de pequeños botellas plásticas que lucen una etiqueta donde se explica: “Edición limitada de agua desalinizada de la Planta de Desalinización de Agua de Mar de Perth”.

Dhanaur, India (por Somini Sengupta)

Año tras año, el río Baghmati crece con las lluvias y, bajando desde la cordillera del Himalaya, hunde a esta población remota en la ruina absoluta. Año tras año, sus aguas se llevan el ganado y las cabras. Derrumba las casas de barro y las convierte una vez más en tierra rasa. Mata decenas de personas en Dhanaur y sus alrededores, y así fue como, durante un suave monzón, el año pasado, Vikas Kumar, el hijo de 19 años de Pavan Devi, al llegar a un baño comunitario en los campos fue barrido por una correntada de gran fuerza.

Desde 1950, debido al calentamiento global, las lluvias monzónicas se han convertido en la India en severos diluvios más que en suaves chaparrones, según informaron el año pasado los científicos de ese país. Este esquema aumenta el riesgo de inundaciones repentinas.

El cuadro que se da en este rincón miserable y superpoblado del mundo demuestra hasta qué punto la India está mal equipada para hacer frente a esa amenaza, a pesar de su reciente prosperidad. Según la Universidad de Columbia, las inundaciones afectan anualmente a más de cuatro millones de indios. En Dhanaur, durante los casi tres meses del monzón, todos viven a merced del agua. Los más acomodados ahorran leña y cereales para el desastre anual. Los pobres mendigan y piden prestado para poder comer, y acampan en terrenos más altos, en carpas hechas con bolsas de cemento. Se bañan y hacen sus necesidades en el agua. También beben esa agua. ¿Quién puede permitirse el lujo de hervirla antes de tomarla?, pregunta Hira Mahji, padre de seis hijos.

Mahji pertenece a una casta baja tan pobre que son llamados musahars, o comedores de ratas. Trabaja en los campos ajenos, usualmente tan sólo durante las épocas de siembra y de cosecha. Como la tierra permanece bajo agua durante tanto tiempo, sólo hay una cosecha anual.

Las medidas tomadas por el gobierno para adaptar la población a las inundaciones anuales son rudimentarias en el mejor de los casos. Los aldeanos emprendedores han construido puentes de bambú. El año pasado, el gobierno activó un sistema de advertencia. Los funcionarios locales iban por las calles con un megáfono, en rickshaws-bicicletas, advirtiendo a todos sobre la inminente inundación. Pero no había refugios donde protegerse, salvo la escuela de la aldea, donde no había agua potable ni letrinas. A mediados de marzo, el Baghmati creció hasta causar una inesperada inundación a principios de la primavera. En menos de un día creó un verdadero caos.

Sunil Kumar, uno de los agricultores más acomodados, perdió un tercio de su ingreso anual. Recorrió su propio campo empapado, y después el de su vecino, examinando parcelas de cebada, mostaza y guisantes… todas ellas anegadas y arruinadas. “Nuestra desdicha es vivir aquí, donde no hay ningún control del agua.”

Maasbommel, Holanda (Sarah Lylall)

Anne van der Molen vive a orillas del río Maas, por definición un lugar poco seguro en un país que constantemente trata de mantener el agua a raya. Pero está preparada para la próxima inundación.

Su casa, de dos plantas y dos dormitorios y con un costo de 420.000 dólares, no es una casa bote ni una casa flotante del tipo que es común en el resto del mundo. Es anfibia: descansa sobre la tierra, pero fue construida para flotar cuando el agua sube. Se asienta sobre cimientos de cemento hueco y está sujeta a seis postes de hierro hundidos en el fondo del lago. Si el río crece, como suele ocurrir con las lluvias, la casa puede flotar elevándose, sostenida por dos postes horizontales que le sirven de amarras conectadas con la casa vecina, y bajar en el momento en que el agua se retira. Es parte de un nuevo experimento. Las 46 casas construidas aquí pretenden enfrentar dos temas fundamentales del problema de las viviendas en este país bajo y densamente poblado. Esos temas son la falta de espacio para nuevas viviendas que satisfagan la creciente demanda, y la necesidad de prever los incesantes aumentos en el nivel del mar y la creciente posibilidad de incremento de las lluvias copiosas por causa del cambio climático.

La preocupación por los niveles del agua no es un tema abstracto en esta población de la provincia de Gelderland, en el sudeste de Amsterdam. En 1995, el Maas y otros ríos salieron de su cauce y abrieron brechas en los diques, obligando a 250.000 personas a abandonar sus hogares. Ahora los diques son más altos, pero con un gran ascenso del nivel del mar hace falta mucho más para prevenir catástrofes.

En Maasbommel, a la señora Van der Molen le gusta sentirse parte del río. “El pueblo holandés siempre ha tenido que luchar contra el agua –comenta–. Esta es otra manera de pensarlo. Es una forma de disfrutar del agua, de trabajar con ella más que en contra de ella.”

Por Andrew C. Revkin (The New York Times)

Cosas que podemos hacer para salvar al mundo


Usar fuentes alternativas de energía
Cáscaras de maíz, semillas de soja, desperdicios urbanos, aceite de cocina usado, sol, viento. La clave es desarrollar nuevas opciones para disminuir la utilización de los combustibles fósiles, contaminantes y no renovables.

Vivir en “casas verdes”
Algunas decisiones pueden disminuir hasta un 40% de la energía que consumimos. Por ejemplo, aislar los ambientes (aunque no herméticamente, permitiendo la ventilación) para conservar mejor el frío o el calor, utilizar limpiadores no contaminantes, pintar y decorar con materiales no tóxicos, elegir artefactos de luz de bajo consumo y aprovechar al máximo la luz natural. También es importante reducir el tamaño de las casas, ya que cuanto más grande sea una vivienda, más energía consumirá.

Iluminar las ciudades con leds
Los leds (diodos emisores de luz), que se utilizan cada vez más en cartelería, pantallas gigantes, señales de tránsito y alumbrado público, ahorran hasta el 40% de electricidad, en comparación con las lámparas incandescentes.

Pagar las cuentas por Internet
Disminuir la emisión de facturas y pagarlas on line ahorraría más de 1,5 mil millones de toneladas anuales de papel.

Vivir cerca del trabajo
Puede significar una importante reducción en la utilización de combustibles y fomentar el uso de medios de transporte ecológicos y saludables, como la bicicleta… o los propios pies.

Preferir el transporte público al automóvil
Si bien el combustible utilizado por los colectivos implica un grado mayor o menor de contaminación, según la energía utilizada, disminuir la circulación del parque automotor reduciría drásticamente el consumo energético.

Decir “no” a las bolsas de plástico
Cada año se distribuyen 500 mil millones de bolsas plásticas en el mundo, y menos del 3% son recicladas. Realizadas en polietileno, no tienen nada de biodegradables: demoran más de mil años en desaparecer de la faz de la Tierra.


Documentos Finales del Proyecto
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Protección Ambiental del Río de la Plata y su Frente Marítimo
Información Institucional
Proyecto para la Protección Ambiental y Desarrollo Sostenible del Sistema Acuífero Guaraní
Programa Estratégico de Acción para la cuenca Binacional del Río Bermejo
Proyecto Implementación de GIRH para el Pantanal y Rio Paraguay
Programa Marco para la Gestión Sostenible de los Recusos Hídricos de la Cuenca del Plata
Proyecto de Gestión Integrada y Plan Maestro Cuenca del Pilcomayo
Manejo y Conservación de la biodiversidad de los Esteros del Iberá
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